Por Federico Linares (El Economista)
Creo que uno es lo que deja a los demás. Hoy quiero contar lo que Adrián Dupuy me dejó. Que me imagino no será muy distinto de lo que os dejó a quienes lo conocíais.
Tuve la suerte de compartir con él algunas de sus varias facetas de vida. Adrián fue un gran abogado, un abogado con mayúsculas, de los de verdad. Una referencia en derecho penal y procesal. Como compañero de profesión, me dejó su profundo conocimiento académico. Adrián lo sabía todo. Por esa vocación de excelencia y de servicio, esa seriedad y rigor que había aprendido de sus padres desde muy pequeño.
Pero, por encima de su ciencia, Adrián me dejó su pasión por el derecho. La pasión con la que asumía la defensa de sus clientes, la pasión con la que cuestionaba una resolución judicial que ni le iba ni le venía, pero que creía errónea; la pasión con que te anticipaba la tesis de su último artículo a publicar. A él la vida no le era indiferente, y tampoco lo era el derecho.
Adrián fue, también, un gran Presidente del Real Club Náutico de Madrid. El mejor. A la excelente capacidad de gestión que le daba su doble condición de abogado corporativo y regatista, se unía su saber estar, su gravitas y su alto perfil institucional. Como socio que soy del Club, mantengo vivo en la memoria el extraordinario discurso de agradecimiento a SM La Reina Doña Sofía con motivo de su visita.
Pero, por encima de su capacidad, Adrián me dejo la generosidad, con que asumió el reto de ser presidente del Club. Nunca quiso brillar. Sólo regalar su esfuerzo a los demás, a regatistas, a socios y empleados, a los niños que empezaban en los campamentos de vela, a los que trataba como si fuera su padre. Era esa generosidad desnuda y sin burbujas, tan rara en estos tiempos, que nos resulta hasta difícil de entender.
Y Adrián, entre otras muchas cosas, fue un regatista del más alto nivel. Para los que navegábamos con él, el inmenso talento que tenía era evidente. Ganó prácticamente todo lo que se puede ganar en la vela de regatas y era un privilegio tener su visión estratégica y táctica a bordo. En su equipo de regatas, el Brujo, que patroneo, hemos perdido un hermano, uno de los nuestros.
Pero, por encima de su talento, lo que aprendí de Adrián en la vela fue a no rendirme nunca, a luchar hasta el final, como hizo cuando nos llevó a ganar el verano pasado la Semana Náutica de El Puerto, el último día de regata, ese día en que todo parecía perdido tras un role del viento al bordo contrario en la salida de la última prueba. Él no se rendía nunca. Tampoco lo hizo en su lucha contra la enfermedad. Peleó la vida hasta su último minuto.
En fin. Que de Adrián no solo aprendí de lo mucho que él sabía. Por encima de todo, aprendí de cómo era. Aprendí de sus valores. De su pasión y su coraje. De su generosidad, su humildad y sencillez. De su amor a los demás, a su querida Maite, a sus padres, a sus hermanos, a sus amigos. Aprendí de su bondad. De una bondad de horizontes infinitos.
Buena proa, amic.